Homenaje a Mireia


Cuando la muerte nos visita, despierta una cantidad de emociones que nos conmueven. La muerte difícilmente nos deja indiferentes. 
No hay muerte que no genere sufrimiento. 

El mejor de los casos puede ser aquel que nos da tiempo a prepararnos, a ver como se acerca para aceptar la situación y despedirnos de esa persona. 
Especialmente en aquellas enfermedades con agonías largas, donde la visita de la muerte significa el final del sufrimiento para esa persona. 
Y el final del sufrimiento de la persona amada, nos alivia.

Desde pequeños y a medida que pasan los años nos vamos preparando para la despedida de nuestros mayores, los mayores de la familia o la gente mayor del pueblo, los abuelos, los padres... y si tenemos suerte poco a poco la muerte se va integrando en nuestro esquema interno del ciclo de la vida: nacer, crecer, morir... y así comienza a parecernos algo doloroso pero natural. No es que realmente estemos preparados para asumir la muerte de un ser querido, pero la terminamos asumimos con cierta naturalidad.  

Sin embargo, hay otra presentación mucho más dura de la muerte, se trata de aquella que no nos permite preparación alguna, ni despedidas... estoy hablando de cuando la muerte aparece para tocarnos de cerca y nos golpea de forma inesperada y abrupta. 

Y aún peor cuando de esta manera parece romper la regla de lo natural, del ciclo de la vida que nos habíamos formado en nuestras cabezas. Ya no se trata de una persona mayor, que ha ido envejeciendo y llega al ocaso de vida. 
Ahora se trata de una persona muy joven, que la muerte nos arranca, a poco de iniciar el ciclo de la vida. Nuestros esquemas internos quedan "patas arriba", conmovidos por la contradicción de que ya no es el joven quien entierra al mayor sino al revés, de lo antinatural de perder una hija, de lo trágico de perder una hermana, lo terrible de perder una amiga... 

Y esto nos deja desesperados, confusos, paralizados, sumidos en el horror indescriptible de que toda nuestra vida se ha hecho trozos y preguntándonos: ¿por qué?, ¿cuál es el sentido de esta tragedia?. Siempre se ha dicho que perder un ser amado es lo más duro y difícil que le puede pasar a una persona. Superarlo resulta muy complicado y es necesario el apoyo de la familia y los amigos. 

En nuestro caso las emociones se intensifican, no solo por lo antinatural como antes hablabamos, sino porque sucedio en el marco de una fiesta, donde uno espera alegrias, risas y diversión... no una tragedia. 

Esa experiencia será distinta para cada una de las personas afectadas, para cada uno de los padres, para cada uno de los familiares, para cada uno de los amigos y amigos de la familia, que vivirá la situación con iguales reacciones pero con formas particulares de mostrarlas o de reprimirlas. 
No se trata de un proceso con un inicio y un fin determinado, sino más bien se trata de algo continuo, que permanece durante mucho tiempo. Para los más cercanos posiblemente dure toda la vida, y no es sencillo de llevar. 

El duelo no es otra cosa que el tiempo que necesitamos para poner en marcha el proceso de recuperación. Pero es un periodo único, y cada persona lo vive de una manera distinta. Al comienzo es normal sentir confusión, incredulidad, consternación; incluso es posible que alguno niegue la muerte, sorprendiéndose a si misma mientras la espera llegar, o cree verla en un sitio habitual. 

Algunas personas durante los primeros días y semanas, pueden sentirse como anestesiados, o con sentimientos de irrealidad, pueden sentirse desequilibrados y con fuertes altibajos. A pesar de lo que pueda parecer, lo que están viviendo es absolutamente normal. Aunque en algún momento lleguemos a creer que nos estamos volviendo locos. 

El paso de los primeras días no siempre mitiga el dolor, a veces solo hace desaparecer esa sensación de anestesia y embotamiento y entonces, la pérdida se hace más presente y afloran con más fuerza los sentimientos de tristeza, de desesperanza, de soledad, culpabilidad, enfadado... o todo a la vez

El dolor también se vive físicamente: sentimos un vacío en el estómago, un nudo en la garganta, ardor en el abdomen, taquicardias, ansiedad, dificultad para respirar. Todas estas sensaciones son absolutamente normales. También es normal que no podamos concentrarnos en nada, que seamos incapaces de leer el periódico. Que cualquier noticia, canción o programa de la tele nos despierte un recuerdo y nos intensifique el dolor. 

Es frecuente en la primera etapa del duelo sentirse muy enfadado. Este enfado es una respuesta natural al sentimiento de pérdida: podemos sentir resentimiento incluso con la persona que ha fallecido, por parecernos que nos ha abandonado, o podemos desplazar nuestro enfado al mundo, a Dios, o a cualquier situación o persona que nos pueda parecer responsable de lo sucedido. Culpar a alguien o algo de la muerte de nuestro ser querido es una forma de desplazar el dolor. 

También es posible sentirnos nosotros mismos culpables de lo sucedido y por las noches no podemos dejar de obsesionarnos preguntándonos “ ¿por qué?” y “¿qué hubiera pasado si…? ” 
La búsqueda de respuesta al “¿por qué?” es natural: creemos que encontrar una explicación racional nos haría sentir mejor. Es muy difícil aceptar aquello que no tiene significado. El camino del ¿por qué? no lleva a ninguna parte. A pesar de ello, es un camino que no podemos evitar recorrer. 

Es posible que pensemos que el dolor sería menor si vendiéramos la casa y nos fuéramos a vivir lejos, si cambiáramos de trabajo o si empezáramos una nueva vida. El impulso de evitar todo lo que nos recuerde la pérdida o sustituir el vacío de la soledad con otras personas o actividades es natural. Pero no bueno. Estas decisiones, tomadas precipitadamente en medio del proceso de pérdida, suelen ser desacertadas y traen consigo complicaciones. Antes de tomar cualquier decisión importante es mejor haber avanzado un poco en el proceso de recuperación. Nunca es bueno tomar decisiones importantes en medio de emociones intensas. 

Algunas personas no saben qué decir ni cómo apoyarnos en estas situaciones, y eso puede hacer que se alejen y nos eviten. En estos casos, es importante dar nosotros el primer paso, hablarles, explicarles, hacerles saber que necesitamos compartir el dolor y esa es la manera en que nos pueden ayudar.  

Dicen que el tiempo lo cura todo; no es verdad, depende de lo que hagamos con él. 

Es importante descansar, dormir y comer bien. Hablar de lo sucedido y compartir lo que sentimos con las personas sensibles que nos puedan escuchar, permite mitigar el dolor. 

No es verdad que nos encontraremos peor por hablar, aunque al principio hablar de lo sucedido nos remueva y altere. Hacernos los "fuertes y disimular" tampoco es bueno, solo hace que dilatemos y extendamos el tiempo del duelo y el sufrimiento. 

Aunque nos sintamos solos, no es cierto que nadie nos puede ayudar, hablar y buscar apoyo nos alivia. No intentemos controlar las emociones y hacer como si no nos pasara nada, esta actitud, aunque parezca resultar en principio solo hará que nos sintamos peor y a la larga, aún mas solos. 

Entonces si que, con el tiempo, el enfado y la culpa disminuirán; ya no ocuparán todo el espacio mental y emocional: empezaremos a abrirnos a la posibilidad de que, cualquiera que fueran las circunstancias de la muerte, lo que queda es el dolor por la ausencia y la añoranza. Los recuerdos de los buenos momentos y también de los malos. 

Hay una diferencia entre resignarse y aceptar la muerte de alguien querido. 
Resignarse ante la muerte de un ser querido es una actitud pasiva en la que no se asume ninguna responsabilidad. 
Aceptar, no quiere decir resignarse o no sufrir: Aceptar, es una actitud activa en la que se asume la responsabilidad, no de lo que ha sucedido, pero sí del proceso de propia recuperación.  

Es verdad que durante mucho tiempo le recordaremos con dolor, sin embargo, es posible que llegue el día, en que el sentimiento principal que acompañe su recuerdo, sea solo el amor. 
Y seguirle queriendo no significará estar conectado a Mireia desde el dolor, sino desde el amor, desde el compromiso con el resto de la personas que amamos y la entrega a la vida.  


Riba Roja D'Ebre. 08 septiembre 2013

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